El cambio
climático ha instalado la necesidad de re plantear el modelo de desarrollo
centrado en el uso de combustibles fósiles, el pilar que ha sostenido a la civilización
humana durante las últimas décadas y que de acuerdo a todos los análisis
técnicos es el gran responsable de la debacle socio ambiental que vive nuestro
planeta. El debate interpela a los líderes mundiales, se firman acuerdos, se
promueven cambios a la matriz energética y en algunos casos donde el
negacionismo tiene más presencia, se desconocen los acuerdos y se menosprecian
los papers con evidencia científica. La atención mundial hoy está desplegada en
el Covid 19, quizás como un anticipo al derrumbe total anunciado por los
síntomas del cambio climático. La expansión de la Pandemia y la inoperancia e
improvisación de muchos Estados ha develado la fragilidad de la estructura
política, económica y social a la que con tanto ahínco e infructuosa
persistencia se aferran los Gobiernos. Resulta curioso que la urgencia del
debate llega como reacción a una crisis previsible, una vez que el pánico está
desatado en la sociedad, cuando el confinamiento resulta ser la mejor
estrategia para resguardar la salud y evitar así el colapso del sistema
sanitario. No fuimos capaces de entender que la incertidumbre sobre el futuro no
la instalaron los medios, tampoco los informes diarios de la autoridad
sanitaria, ni el avance progresivo de un virus frente al cual solo queda
ocultarnos y resistir con toda la capacidad de nuestro sistema inmune, sino las
múltiples advertencias que daban cuenta de una crisis ambiental en ciernes con
inevitable impacto en toda la biodiversidad, incluida la especie humana. Frente
a este desolador panorama una y otra vez venció la burocracia, los intereses de
los inversionistas que lucran a costa de la industria extractiva, el pregón
religioso de los adalides del capitalismo, la inamovilidad de la estructura de
poder donde quien ostenta la cúspide de la pirámide siempre es quien controla
el mercado gracias al maridaje ilegítimo con la casta política. El año 2019,
Chile vivió una de las rebeliones populares más importantes de su historia
contemporánea, voces que clamaban por una sociedad de derechos y equidad, donde
el cambio a la Constitución como instrumento que establece nuestra relación con
los diversos poderes del Estado se alzaba como una demanda que interpelaba a un
cambio estructural en la forma de entender la política y la participación
ciudadana a partir de sus múltiples miradas, sin caudillos como voceros que
pudiesen insistir en desgastados paradigmas. El 2019 fue también el segundo año
más cálido del planeta desde que se tiene uso de medición instrumental y la
última década la más cálida jamás registrada y es muy probable que debido al
aumento progresivo de las concentraciones de gases de efecto invernadero que la
temperatura del planeta vuelva a elevarse por sobre los recientes registros
históricos. No fuimos capaces de asumir que la alteración de los ciclos
habituales de cada estación, la falta o excesos de lluvias, el derretimiento de
enormes glaciares, el aumento en el nivel del mar y la desaparición de diversas
especies de flora y fauna eran una advertencia suficiente para entender que el
planeta está dando señales de una patología crónica y que desde nuestro país (como
desde tantos otros) es provocada por la infección de las industrias extractivas
que siguen explotando de manera irracional bienes naturales finitos sin
considerar los múltiples impactos a los ecosistemas provocados por su lastre
productivo, así como también a las comunidades que los habitan. Las emisiones
de gases de efecto invernadero se han incrementado exponencialmente en los
últimos años a pesar de las múltiples advertencias sobre las consecuencias del
cambio climático, en cambio los Estados que han escuchado las sugerencias, han
impulsado tímidas medidas que siempre priorizan el flujo económico y los plazos
de implementación de las nuevas tecnologías, las que en su mayoría no logran
romper con su dependencia de los combustibles fósiles. Es la oportunidad para
que el capitalismo verde se frote las manos y entre en escena con toda su eco demagogia,
en particular en aquellos países liderados por pusilánimes gobernantes sin
conocimiento ni sensibilidad medio ambiental. Hoy más que nunca se necesita dar
paso a un nuevo paradigma, fuera de los grandes discursos del capital y de la
izquierda ortodoxa como espontánea contraparte, un nuevo modelo de desarrollo
que supere al extractivismo como estrategia productiva y que ponga en
relevancia al ser humano como parte de la naturaleza en relación de equilibrio. . El capitalismo adolece
de una falacia estructural que lo hace absolutamente inviable, para sus
ideólogos el contexto ambiental y sanitario jamás develaría las fisuras de su
modelo, sin embargo, la evidencia dejó de ser simple especulación, seguir
creyendo en el desarrollo como el propósito del crecimiento ilimitado en un
planeta con bienes naturales finitos, en la auto regulación de los mercados en
medio de crisis y recesión, en la concentración del capital sin prever la
indignación y rebelión de los excluidos/as ni en la proliferación mundial de
las voces que demandan probidad en la clase política e igualdad derechos,
anuncian la necesidad de replantear la organización de los Estados y una nueva
economía, donde el cooperativismo, la posibilidad de revertir el despropósito
de la expansión ilimitada y al ser humano en sus múltiples dimensiones como
parte integral de la naturaleza aparecen como alterativas para mitigar el inminente
colapso. Para algunos, los feligreses de la expansión
humana/tecnológica/financiera/extractiva, este momento jamás llegaría y es
altamente probable que en vez de replantear sus fervientes convicciones
atendiendo a necesidades que nunca quisieron ver, ya estén barajando las
posibilidades para rentabilizar la crisis a partir de soluciones que siempre van a eludir las
transformaciones estructurales que el planeta, sus ecosistemas y quienes los
habitamos hoy con urgencia exigimos. Muy probablemente frente al negacionismo,
la resistencia y la inoperancia de los administradores del poder, la
organización social comience a dar luces de nuevas formas de interrelación,
quizás de forma testimonial, pero serán pequeños faros que indiquen otros
caminos, tal vez ya recorridos y no exentos de errores, pero que podrían ser
nuevos referentes ante tanta hegemonía. Mientras se eluden las lecturas de
fondo, el Ministerio de Educación Chileno insiste en un currículum que excluye
las herramientas que pueden proveer de soluciones para la crisis del futuro y
la actual coyuntura. A los niños y jóvenes de hoy les depara un futuro que de
no mediar una revolución tecnológica, científica, ética, ecológica y social a
gran escala (con los evidentes costos colaterales que ello implica) será muy
complejo sobre llevarlo, la educación debiese tener como eje vertical la construcción
de una sociedad a partir de la cooperación, la solidaridad, la participación y
la inclusión, la creatividad, la resolución colectiva de conflictos, el auto
conocimiento, la empatía, el respeto por el entorno y la sostenibilidad,
herramientas que más allá de ser ejes transversales, muchas veces invisibles
frente a la dictadura del contenido y los programas curriculares, con urgencia
deben alzarse como la piedra angular del ser humano del futuro. La educación se
encuentra encapsulada en las limitadas posibilidades que ofrece la “instrucción
a distancia” como un instrumento dependiente de la conectividad y los recursos
tecnológicos de que disponen las familias, muchas de ellas por esa simple razón
no considerada en la lógica de los asesores expertos, ya son excluidas del proceso
formativo de sus hijos. El caos es
predecible, se nos anticipa, nos grita a la cara, pero la indolencia de
nuestros gobernantes y la complacencia con su inoperancia nos convence de que
la crisis es cosa de ciencia ficción o de un futuro imaginario.
Joel González
Vega
Profesor Artes Musicales
Poeta, Músico de Al Otro Pueblo
Activista Socio ambiental.
Con el alzamiento y movimiento social del 2019 por primera vez tuve esperanza que Chile podía mejorar, la base del buen vivir es importante para entendernos como comunidad, retirar el individualismo que no tiene oprimidos produciendo y comprender que sólo somos una especie más en el entramado de la vida. No pierdo la esperanza de derrocar lo antropocéntrico y que seamos aliados de la naturaleza. Que los bienes naturales se cuiden y que vivamos conscientes e inclusivos, que tengamos tiempo para vivir y disfrutar. Queda un gran trabajo de cambio estructural y filosófico
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