La necesidad de confinarnos, esa odiosa restricción que
abruptamente alteró nuestras costumbres cotidianas se transformó en un
escenario social, cultural, económico frente al cual no estábamos preparados. El
temor a estar expuestos al contagio nos distanció de los espacios comunes donde
habitualmente nos reuníamos. El mundo de la cultura, sostenido por creadores,
recopiladores, intérpretes y muchos otros ligados a la gestión y producción,
hoy está enfrentando una crisis que junto con pegar sus peores coletazos (sobre
todo en términos económicos) ha brindado nuevas oportunidades, claro está, como
forma de mitigar el daño producido. Las plataformas de internet vía Streaming
han cambiado el telón y las luces por las frías pantallas de un PC. El acceso a
nuevas tecnologías ha permitido por ejemplo, que muchos músicos puedan hacer
registro de sus interpretaciones a través de un celular o presentar su trabajo
creativo a través de videos elaborados con sencillas aplicaciones o programas
de edición cada vez más al acceso del usuario promedio. Así mismo, se abren
espacios de exhibición en salas de arte virtual, obras de teatro, conciertos de
destacados artistas que liberan su trabajo a través de Youtube, bibliotecas que
ofrecen descarga gratuita de su catálogo, no obstante, a pesar del amplio
acceso a productos culturales antes inalcanzables, queda claro que los recursos
disponibles comienzan a reiterar los formatos, porque reinventar la experiencia
cultural lejos de la presencia real del espectador y la infraestructura
adecuada para ella, no logra homologar las condiciones que por siempre han sido
parte importante de todo esfuerzo creativo. En ese distanciamiento, la relación
entre el actor cultural y el espectador virtual comienza a restringirse a la
práctica del zapping, lejos del compromiso de presenciar una obra completa y
muchas veces sin valorar los múltiples esfuerzos tras una presentación en
tiempos de pandemia, la posibilidad de apagar el PC es lo que define el vínculo.
En eso de entender el acceso a la cultura a partir de la gratuidad, todo un
segmento de trabajadores del arte se ve gravemente perjudicado, para ellos el
oficio creativo es un complemento a un sueldo o bien su principal sustento
económico y las redes de internet ofrecen pocos instrumentos de protección que
les permita cierta estabilidad, más aún, en el impredecible contexto de hoy. La
cultura es dinámica, pero de a poco comienza a ponerse monótona, el espectador
lejos de ser parte de las transformaciones culturales se visualiza así mismo
como una cobaya dentro de una jaula y el creador surge como catalizador de las
nuevas neurosis colectivas, incluidas las suyas. Quizás un nuevo apagón
cultural está en ciernes, el que quizás llegó mucho antes para aquellos que
carecen de conectividad o no poseen alguna pantalla portátil para ver los
últimos Streaming de la jornada. Por lo pronto el acceso a algunos bienes
culturales sigue siendo testimonio de la
profunda inequidad que vive este país.
Esta columna fue publicada por el periódico El Observador en su edición del día viernes 15 de Mayo 2020
Joel González Vega
Profesor de Artes Musicales,
Poeta, Música de Al Otro Pueblo,Activista Socio ambiental.
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