viernes, 7 de febrero de 2020

Un tributo pendiente al poeta Jorge Teillier

Conocí la poesía de Jorge Teillier a los 16 años, fue a través de "Los dominios perdidos", una antología seleccionada por Erwin Díaz y editada por el Fondo de cultura económica. Leer sus evocaciones, el trasvase generacional de aquellos años donde lo simple era atesorado como el ánfora de una ética donde lo imaginario no es amenaza, fue como si sus poemas describieran a mi propia aldea, construida por los relatos de la infancia de mi tío y de mi madre y por los sobrevivientes de un pasado que aún persiste en mi querido Limache. En 1996 yo era presidente del Centro de estudiantes de la Carrera de Pedagogía en Música de la Universidad de Playa Ancha y estábamos proyectando un homenaje en la Facultad de Artes a este poeta que ya convocaba la atención de muchos jóvenes, pero que era sistemáticamente olvidado por la institucionalidad cultural (jamás recibió el premio nacional de Literatura, con méritos de sobra para obtenerlo). Lo más probable es que Teillier no hubiese asistido, años después supe de su resistencia a homenajes o entrevistas, pero más allá de éso, el 22 de abril de 1996, la muerte nos deja sin la profunda simplicidad de su pluma y sin la posibilidad de conocer a uno de mis más sentidos referentes, la noticia la escuché en la voz de Cristian Warnken, quien en ese entonces conducía el magnífico programa "Tan lejos, tan cerca"en Radio Concierto, espacio que acompañaba mis viajes a la Universidad desde los audífonos de mi personal stéreo. Nunca conocí personalmente a Teillier, sin embargo, una profunda desolación caló en mi conciencia al enterarme de su partida, el poeta fue el traductor de mis sueños y temores, poblando de imágenes forasteras mi paso entre el gran Valparaíso y este pueblo medio ciudad que es Limache. No fui a su funeral, intenté comunicarme infructuosamente con Cristina Wenke, su pareja, en épocas sin wi fi, redes sociales, ni acceso a celulares, no puedo anticipar como hubiese recibido las palabras de un joven desconocido de 20 años que lloraba la muerte de su compañero de vida en el Fundo el ingenio, el mismo que ahí entre La Ligua y Cabildo fue propiedad de los arrebatos de la Quintrala.
Tras 24 años de la muerte de Jorge Teillier, decidí visitar su tumba en el cementerio de La Ligua al final de un largo pasillo donde el sol y la falta de agua dejan ver la sequía en los cerros y en las marchitas flores de las tumbas. Solo vi a una persona en el cementerio que estaba en la entrada sentada y descalza , nadie vendía flores, no vi a nadie en la oficina de la administración y a pesar del calor, la tumba de Teillier parecía un breve oasis, no por la cantidad de flores, sino por las Buganvilias que sombreaban su retiro, como un amable gesto de reciprocidad para quienes asisten a visitar el lugar donde descansan sus restos. Un brindis con vino tinto alzando la copa en honor al poeta, un poema escrito hace unos años en semblanza a su paso por este mundo y la lectura cariñosa de algunos de mis versos favoritos recogidos de "Los dominios perdidos". Imposible dejar La Ligua y los pasos de Teillier sin almorzar antes en su restaurant favorito, "El Parrón", ahí donde bebió más de una copa conversada con los parroquianos del pueblo que compartían el vino y las historias de esquivas damiselas cortejadas bajo el otoño que humedecía las calles polvorientas de Lautaro o las mesas de "La Unión Chica". En "El Parrón" conocimos a Roberto, el hombre a cargo del Restaurant y de mantener viva la presencia de Teillier entre los parroquianos y comensales que quizás no conocen la obra del poeta, pero que saben de él como el personaje ilustre de quien hoy se habla tanto en bares como en academias y círculos intelectuales, porque "el Teillier" como le decía Roberto, "era una persona simple, sencilla, a veces de pocas palabras, pero muy observador, que rehuía de homenajes y grandilocuencias". Frente al mostrador del Restaurant, vigilada por la presencia permanente de "el gigante Roberto" (como le decía Teillier a su amigo de "El Parrón") está la mesa donde frecuentemente se sentaba el poeta y en la pared aledaña varias fotos enmarcadas de su paso por el restaurant donde se le ve conversando animado con vecinos de La Ligua. El "gigante" con mucha amabilidad e interés conversó largo y tendido sobre el poeta, (de quien se refirió "como la persona más bella que había conocido"), hablamos sobre los conflictos ambientales de una zona que sabe del saqueo de la agroindustria que derivó en una cruda sequía, de los desafíos de Chile en pleno proceso Constituyente y sobre la esperanza que deben construir los jóvenes de hoy para un país más justo en ese futuro del cual a pesar de la nostalgia permanente que vive en los versos de Jorge Teillier era visto con optimismo por el poeta. La aldea sigue viva en la ruta de Teillier, encontrarme caminando sus últimos pasos fue un viaje inesperado a los lares resguardados en lo más profundo y atesorado de nuestra memoria colectiva, a pesar de los automóviles, los celulares, el wi fi, el aspiracionismo y los Mall.







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