No sorprende
el constatar como a lo largo de la historia los territorios cambian su
fisonomía. Los asentamientos humanos y sus actividades productivas van dejando
una huella que en la mayoría de los casos no cautela cuales son sus diversos
impactos en los ecosistemas, en el clima y en la biodiversidad. En Chile hoy
existen comunidades que no decidieron convivir junto a un cordón industrial, ni
a empresas que contaminan, no les consultaron como soñaban el futuro, ni mucho
menos se les informó respecto a los inminentes daños y perjuicios que el lastre
dejado por el desarrollo sería una carga que tendría costos, muchas veces
irreparables, a su salud y a su calidad de vida. Esto es lo que quedó en evidencia
el pasado 21 de agosto, tras la masiva intoxicación producida en Quintero,
localidad cuyo nombre se debe al Español Don Alonso de Quintero, personaje de
una época que relata un territorio fértil, rico en flora nativa, donde incluso
durante varios años tras la conquista, sus habitantes lograron surtirse de
alimento gracias a las bondades naturales que propiciaron la agricultura y la
pesca. En un principio fueron 30 estudiantes intoxicados con un gas de “origen
desconocido” lo que alertó a la comunidad y a la autoridad que decretó la
evacuación del Liceo Politécnico y los Colegios Santa Filomena y Alonso de
Quintero. Finalmente la suspensión de clases en un estado de emergencia
ambiental fue una de las medidas precautorias justificadas por las casi 400
personas intoxicadas, muchas de ellas menores de edad, adultos y mujeres en
edad fértil. Han sido 50 años de contaminación emanada de un parque industrial
que ha ido creciendo con el tiempo y que a la fecha ya cuenta con 15 grandes
empresas en una bahía que incluso en su ordenamiento político alguna vez
hermanó a Quintero y Puchuncaví como una solo comuna. Tras el lamentable
episodio, la prensa se agolpó en las calles de la ciudad, la misma que durante
décadas en escasas ocasiones había publicado algo respecto a la situación de
debacle ambiental vivida en la bahía, llegaron los Ministros, los Alcaldes
tomaron el micrófono, llegaron Parlamentarios y el Presidente de la República
tomó vocería desde un Estado que ha fallado y que ha sido cómplice benevolente frente
al atropello de las empresas que han violado los derechos humanos de una
comunidad que ha sido sacrificada con el único fin de mantener este polo
productivo bajo estándares que no dan cuenta de las necesidades de quienes
habitan el territorio. Declaraciones apresuradas, informaciones contradictorias,
desmentidos oficiales, interés por sacar provecho político, conflictos de interés,
denuncias de encubrimiento y directivos de empresas cuestionadas evadiendo
cualquier responsabilidad que los involucre en el hecho, sin antes hacer alarde
de sus estándares de calidad en un territorio donde todo ha fallado y al
parecer ha sido intencionadamente ineficiente. Lo más visceral y obscuro del
ser humano queda al descubierto, de un humano que no solo contamina desde las
fumarolas de sus industrias, sino también desde su insaciable ambición y
egoísmo. No es de extrañar que este desfile de personalidades se haya
presentado como una caricatura surrealista que no se condice con la cruda
realidad y necesidad de reparación que demandan los vecinos. Lo que ha ocurrido
recientemente en Quintero no es una excepción, ni mucho menos un hecho aislado,
en un país donde las normativas ambientales son en extremo permisivas, donde la
participación e injerencia ciudadana en la evaluación de los proyectos no pasa
de ser un acto testimonial y decorativo, donde la media diaria de emanación de
material particulado y dióxido de azufre sugerido por la OMS es ampliamente
superado por la precaria restricción Chilena, en una bahía que ha tenido que
soportar sobre sus aguas, sus tierras, en la sangre de sus habitantes, en el
aire que respiran, en las vidas que están por nacer, un cóctel tóxico de
arsénico, dióxido de azufre, 2-ethilexanol, derrames de carbón y diesel y
recientemente metilcloroformo, isobutano y nitrobenceno, por nombrar algunos
contaminantes a los que la población de Quintero y Puchuncaví han estado
expuestos durante décadas, conviviendo al costado de empresas cuyos “altos
estándares de seguridad” siguen siendo a la medida de la precariedad y la
inoperancia de las legislaciones y normativas nacionales. Evidentemente Ministro Santelices, la
historia de esta Bahía diezmada por el cordón industrial es mucho más que
taparse la nariz ante la amenaza de “olores ofensivos”, sino que es la
construcción de vínculos desarraigados por el cáncer y otras patologías
crónicas, de pescadores que saben que lo que extraen del mar es el germen de la
contaminación de las empresas amparadas por el Estado y de madres que ven con
incertidumbre el futuro de sus hijos.
Joel
González
Músico,
Poeta
Profesor,
Activista socio ambiental.
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